Felipe Vallese
Escuché que unos chicos preguntaron: “quién parará la lluvia”; otras
personas estaban escuchando la misma pregunta y, a su vez, comenzaron
a formularla: el dependiente, el despachante de bebidas
de importación; hasta pulperos y uruguayitas y otros
hermanos continentales abandonaban la vieja y estúpida
rivalidad, despejando las nubes de misterio
y confusión sobre la tierra, para preguntar precisamente: “who’ll
stop the rain.” Guardianes del orden se aventuraron
en la desesperación para preguntarse también: “quién parará
la lluvia” y la pregunta rodó de mano en mano, hasta llegar a los oídos
acolchonados de torturadores, especialistas de toda calaña que nunca
pudieron zambullirse en la gloria del sol: “Quién parará la lluvia”, decían
unos y otros y los tontos y los pillos trataban de conjurar
el clamor, los nuevos aires que se desataban con las lluvias, el amor
que arranca con las tormentas: “quién parará la lluvia”, decían los enfermos,
los desamparados, los derrotados y los satisfechos que dejaron de serlo
inmediatamente después de preguntar “quién parará la lluvia.” De inmediato
los éxitos se derrumbaron como pestes triunfales, el New Deal se enredó
en sus cadenas doradas, el doctor Frondizi no se dio cuenta. Los muertos
se plegaron al desafío: asesinados llegaron
a levantar la cabeza lacerada y miraron de frente,
requiriendo; “quién parará la lluvia.” Y la pregunta se generalizó
como los temporales, empujó
los cielos y abrió las luces del espacio.