Montañas

Antonio Dal Masetto

Es probable que éste sea mi recuerdo más lejano. Es un recuerdo feliz. Nos movemos por un camino que baja en la noche. Hace frío. Estoy muy abrigado. Llevo bufanda y gorro. El camino está cubierto de hielo. Lo percibo traicionero bajo mis pies. Pero me siento seguro, avanzo entre mi padre y mi madre. Soy muy pequeño y necesito estirar los brazos hacia arriba para alcanzar sus manos. No tengo imágenes de sus caras. Sólo la presencia de sus cuerpos altos a mi lado. Alrededor la oscuridad es profunda, es un vértigo quieto, no tiene límites. Es bueno bajar en ese misterio que nos rodea. Me parece intuir, lejos, por encima de nosotros, sombras de montañas. Tal vez haya grandes estrellas en la noche helada. Si insisto, si me esfuerzo, es posible que logre introducir algún sonido en mi recuerdo. Las voces de mis padres que me hablan desde allá arriba. Seguramente las estoy inventando. ¿Pero quién podría asegurarlo? ¿Quién podría afirmar que es la imaginación la que trae sus voces y no la memoria que trabajosamente las rescata? Ellos me hablan. Ríen. Por lo tanto son tan felices como yo. O más bien mi felicidad es consecuencia de las suyas. Escarbo un poco más. Hay algo curioso y es que en esa oscuridad donde nos desplazamos nuestras figuras están rodeadas de luz. Eso dice mi recuerdo. Nos rodea un halo luminoso. ¿De dónde nace? ¿Es esa luz la que después me acompañará en otros caminos, en las ciudades? ¿Es la que me servirá de alivio, de apoyo, ante las debilidades, las renuncias, los peligros? ¿Es el bautismo protector contra la mordida de los años que vendrán? Pero falta mucho para eso. Falta una eternidad para que esos años lleguen. Ahí, rodeados por montañas invisibles, estamos dentro de un momento absoluto. No existen necesidades. Mi padre, mi madre, y yo somos el centro del mundo. Nos bastamos.

 

Mountains

Translated by Robert Marshall

This is probably my most distant memory. It’s a happy one. We’re going down a road in the night. It’s cold; I’m all bundled up. I am wearing a scarf and a cap. The road is covered in ice, and seems treacherous under my feet. But I feel safe, advancing between my father and my mother. I am very small and need to stretch my arms to reach their hands. I can’t picture their faces, only the presence of their tall bodies by my side. All around us, a profound darkness: a quiet, limitless vertigo. It’s good to go down into this mystery. I seem to intuit, far away, above us, the shadows of mountains. Perhaps there are bright stars in the frozen night. If I insist, if I force myself, I can introduce some sound into the memory. The voices of my parents who spoke to me from above. Surely I’m inventing that. But who could be certain? Who would be able to declare that it’s imagination that brings their voices and not memory struggling to save them? They speak to me. They laugh. Therefore they are as happy as I. Or even better, my happiness is a consequence of theirs. I dig a little further. There’s something curious: in the darkness we move through our figures are enveloped by light. A luminous halo. From where? Is this the light that will later accompany me on other country roads, and then in the cities? That will help to bring relief in the face of all the damage and the dangers? Will this baptism protect against the bite of the years to come? It won’t. It lacks enough eternity for that. But there, surrounded by invisible mountains, we’re inside a moment that is absolute. No needs exist. My father, my mother, and I are the center of the world. We are enough.

about the author
prev
next