El Enfermo Desconocido
Estás sentado
en el sillón vecino,
y te distingue
el hilo silente de baba
que cuelga de tus labios.
Tan zombi como los demás,
mas con testa de vaca.
En la mesilla tienes un quinqué
de petróleo sin petróleo,
y un montón de novelas policiales.
A tanta claridad le corresponde un nombre:
Diógenes Osram.
(Tú podrías llamarme La Cancela Sin Goznes …
pero no puedes.
Tú podrías incomprenderme,
pero no puedes.)
Tu calva, una lustrosa bombilla que no luce.
Tu vientre, un rajado pellejo que ha perdido la pez.
Vistes el uniforme de la muerte:
pijama azul celeste
desabrochado.
Yo veo tu perfil a la sanguina,
tus lágrimas prismáticas
— tus ojos, dos canicas desgastadas
que cayeron al suelo y ahí siguen.
El Estado costea tu butaca de eskái
y la ventana que no miras
que infunde helor.
¿También tú eres
pneuma del mundo?
¿Un grumo
del pneuma?
Tu presente ha venido a la mansión
del Pasado-Futuro,
donde en tu carne van a rescribirse
el pasado, el futuro y el presente
de tu clase, tu sexo y tu edad.
Es tu contribución
a la higiene tribal.
Te veo,
y te pido perdón por verte.
O acaso tú querrías que te vieran.
Aquí no hay, para ti, día ni cosa.
El satélite ya no cursa
llamadas a tu móvil.
Tiene algo de inhumano tu desgracia:
la ausencia de filosofía.
Es imposible saber en qué piensas
o si piensas.
Tal es la sublime victoria de tu enorme derrota.
¿Has temido la muerte
de tu mandrágora casera?
¿Has conducido
con el parabrisas helado?
¿Te has despertado
con
las manos rebanadas?
Tu silencio —
es una bomba de silencio.
El ano de una hiena te persigue.
Nada deterge
tus úlceras.
Se te practica el corte sagital,
pero no muestra nada.
Nombrarte —
es falacia poética.
Lo que se guarda en tu taquilla:
tu DNI, seis mudas.
Lo que se introduce en tu boca:
una cuchara
que tú no empuñas, bayas
de colores.
Da reparo besarte,
pero dan ganas de besarte.
(Y perdón por las ironías.)
The Nameless Patient
You are sitting
in the armchair next to mine,
and the silent spittle
hanging from your lips
distinguishes you.
Zombie like the others
with a head like a cow.
You have an oil lamp without any oil
on the side table
and a pile of crime novels.
So much clarity requires a name:
Diógenes Osram.
(You could call me Wrought-Iron Gate Without Hinges …
but you can’t.
You could misunderstand me,
but you can’t.)
Your bald spot, a lustrous bulb that doesn’t shine.
Your belly, a cracked skin that has lost its tenor.
You wear death’s uniform:
an undone sky —
blue pajama.
I see your ruddy profile
your prismatic tears
— your eyes, two worn out marbles
that fell to the floor and stayed there.
The government pays for your imitation leather
easy chair
and the window you don’t look out
that lets freezing cold in.
Are you also
the world’s deep breath?
A lump
in that breath?
Your present has come to the mansion
of Past-Future,
where they will rewrite
the past, the future, and the present
of your breed, your sex, and your age
on your flesh.
It is your contribution
to the health of the tribe.
I see you
and I ask your forgiveness for seeing you.
Or perhaps you wanted to be seen.
Here, for you, there is neither day nor thing.
The satellite no longer sends
calls to your cellphone.
Your misfortune is a bit inhumane:
the absence of philosophy.
It’s impossible to know what you think about
or if you think.
Such is the sublime victory of your grand defeat.
Have you feared the death
of your personal mandrake?
Have you driven
with frozen windshield wipers?
Have you woken
with
your hands cut up?
Your silence
is a bomb of silence.
A hyena’s anus chases you.
Nothing cleanses
your sores.
They practice the sagittal cut on you,
but it reveals nothing.
To name you —
that is poetic fallacy.
What is stored in your dresser:
your ID and six pairs of underwear.
What is put in your mouth:
a spoon
which you do not suck, berries
of different colors.
I have qualms about kissing you,
but I feel like kissing you.
(Forgive me for any irony.)
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