Traed

Jacques Viau Renaud

Traed las tazas de horchata, las bandejas de piña

las muchachas de pañuelos arcoirisados

despliegan las banderas del sol

¡Oh Simidor!

En los cuatro rincones del peristilo

he lanzado mi puño de pistacho

ya la llama no se ha extinguido.

Los niños se han bañado en las madrigueras

de hojas verdes,

y los ancianos de pesadas ajorcas de caracol

beben el té de orégano

en los jarros de tierra cocida.

¡Oh Simidor!

Mi porción de canto lo ha dado,

mi porción de canto al sacrificio.

Y ahora, debo esperar

que el día permanezca en mi ciudad,

pero si es preciso

que el día permanezca,

no es menos preciso la porción

de cada uno, sus tórtolas,

su vaina de ajo.

Traed las garrafas llenas, los guineos maduros,

y el agua de los jarros.

Abrid la danza,

vírgenes de cuerpos cálidos de toronjil.

Llega el instante de trance

donde bailará la multitud entre las rosas del mediodía

¡Desciende, Simidor!

Desciende de mis montañas

la locura de mis fuegos artificiales

si es preciso que el día permanezca,

no es menos preciso que se festeje la fiesta,

fiesta del hombre, fiesta de corazones,

traed la granadina, pudín de miel, las alfombras,

que se llame a los niños y que se abran los portones.

¡Oh Cantarela!

No hablo de una fiesta cualquiera,

más de una promesa verdadera

creciendo en las altas ramas de los árboles y que se extiende

por las huellas verdes de un día sin crepúsculo.

Os lo digo, cosechad la gavilla, comed la corteza,

perfumad de ella la tierra.

Viene el día de los cien mil besos

en que las aves harán sus nidos

en las prisiones.

¡Oh Cantarela!

Todas las cimas coronadas,

todas las cimas en alegría,

las voces en coro de profundidades,

las alas libres, las campanas al aire,

proclaman el derecho de la primogenitura de la luz.

Y es un vasto estallido de canto en las más altas savias.

El hombre se reconoce y declara: Victoria.

Portador de ascua y de verdor

he aquí que un pueblo de vencedores

precipita las caídas de claridad;

aquel que mantendrá que vana es la promesa,

no habrá comprendido

el sentido del santo y seña.

He aquí que un pueblo triunfante

abre el fausto de las fiestas

(que no es de hoy, pero de antaño y de leyenda)

cuál es la voz que hablará,

cuál es la voz que dice:

la victoria está sobre la ciudad

y en la garganta de las palomas

porque el espectro de piedra viva

es confiado a la pureza.

Retornamos de una memoria —

el tiempo fue hecho de la pesadilla

de una noche de hombre de hierro:

¡Oh miseria sobre la ciudad!

Pesadilla y ruido de acero,

interminable sobre las arenas.

Hablo de la noche donde la estrella fue herida —

ahora que el día se instala,

he aquí que un pueblo recién nacido

precipita las pendientes de claridad,

y yo poeta y ciudadano, penetro en la multitud,

entre los fuegos

de artificio y el canto de las banderas.

 

Bring

Translated by Ariel Francisco

Bring the cup of horchata, the trays of pineapple

the women with rainbow handkerchiefs

deploying flags of the sun.

Oh Simidor!

In the four corners of the courtyard

I’ve thrown my shelled fists

and the call has not extinguished.

The children bathed in the den

of green leaves,

and the elderly in heavy cuffs of snail shells

drink orégano tea

from jars of baked earth.

Oh Simidor!

I’ve given my portion of song,

my portion of song to the sacrifice.

And now, I wait

for the day to stay in my city,

but if it’s with precision

that the day stays,

the portion is no less precise,

for each one, its doves,

its sheath of garlic.

Bring the full decanters, the ripe bananas,

and the jarred water.

Open the dance,

warm bodied virgins of lemon balm.

The moment of trance arrives

when the crowds dance among the midday roses.

Come down, Simidor!

Come down from my mountains

the madness of my artificial fires.

Yes it’s exactly when the day stays,

it’s no less precise to celebrate,

the celebration of man, celebration of hearts,

bring the grenadine, honey pudding, the rugs,

call to the children and opens the gates.

Oh Cantarella!

I’m not talking about any celebration,

more like an actual promise

growing in the highest branches of the trees that extend

on the green footprints of a duskless day.

I’m telling you, harvest the sheaf, eat the rind

perfumed by the earth.

The day of a hundred thousand kisses is coming

in which the birds will build their nests

in prisons.

Oh Cantarella!

All the crowned heads,

all the peaks of joy,

the voices in deep choruses,

the wings freed, bells raised in the air,

proclaiming the right of the first born light.

And it’s a vast explosion of music from the highest sap.

The man recognizes himself and declares: victory.

Bearer of ember and greenery,

here a village of victors

precipitates the fall of clarity;

the one who keeps in vain is the promise,

won’t comprehend

the signs meaning.

Here is a triumphant town,

open the celebrations splendor

(not of today, but of yesteryear and legend).

Which is the voice that might speak,

which is the voice that says:

victory is over the city

and in the pigeons throats

because the spectrum of living rock

is trusted to purity.

Let’s return to one memory —

time was made from the nightmare

of night of man of iron:

Oh misery over the city!

Nightmares and noises of steel,

endless over the sand.

I’m talking about the night when the star was wounded —

now that day is installed,

here is a town newly born

precipitating the slopes of clarity,

and I, a poet and citizen, penetrate the crowd,

in the fires

of artificiality and the song of the flags.

 

about the author