Traed
Traed las tazas de horchata, las bandejas de piña
las muchachas de pañuelos arcoirisados
despliegan las banderas del sol
¡Oh Simidor!
En los cuatro rincones del peristilo
he lanzado mi puño de pistacho
ya la llama no se ha extinguido.
Los niños se han bañado en las madrigueras
de hojas verdes,
y los ancianos de pesadas ajorcas de caracol
beben el té de orégano
en los jarros de tierra cocida.
¡Oh Simidor!
Mi porción de canto lo ha dado,
mi porción de canto al sacrificio.
Y ahora, debo esperar
que el día permanezca en mi ciudad,
pero si es preciso
que el día permanezca,
no es menos preciso la porción
de cada uno, sus tórtolas,
su vaina de ajo.
Traed las garrafas llenas, los guineos maduros,
y el agua de los jarros.
Abrid la danza,
vírgenes de cuerpos cálidos de toronjil.
Llega el instante de trance
donde bailará la multitud entre las rosas del mediodía
¡Desciende, Simidor!
Desciende de mis montañas
la locura de mis fuegos artificiales
si es preciso que el día permanezca,
no es menos preciso que se festeje la fiesta,
fiesta del hombre, fiesta de corazones,
traed la granadina, pudín de miel, las alfombras,
que se llame a los niños y que se abran los portones.
¡Oh Cantarela!
No hablo de una fiesta cualquiera,
más de una promesa verdadera
creciendo en las altas ramas de los árboles y que se extiende
por las huellas verdes de un día sin crepúsculo.
Os lo digo, cosechad la gavilla, comed la corteza,
perfumad de ella la tierra.
Viene el día de los cien mil besos
en que las aves harán sus nidos
en las prisiones.
¡Oh Cantarela!
Todas las cimas coronadas,
todas las cimas en alegría,
las voces en coro de profundidades,
las alas libres, las campanas al aire,
proclaman el derecho de la primogenitura de la luz.
Y es un vasto estallido de canto en las más altas savias.
El hombre se reconoce y declara: Victoria.
Portador de ascua y de verdor
he aquí que un pueblo de vencedores
precipita las caídas de claridad;
aquel que mantendrá que vana es la promesa,
no habrá comprendido
el sentido del santo y seña.
He aquí que un pueblo triunfante
abre el fausto de las fiestas
(que no es de hoy, pero de antaño y de leyenda)
cuál es la voz que hablará,
cuál es la voz que dice:
la victoria está sobre la ciudad
y en la garganta de las palomas
porque el espectro de piedra viva
es confiado a la pureza.
Retornamos de una memoria —
el tiempo fue hecho de la pesadilla
de una noche de hombre de hierro:
¡Oh miseria sobre la ciudad!
Pesadilla y ruido de acero,
interminable sobre las arenas.
Hablo de la noche donde la estrella fue herida —
ahora que el día se instala,
he aquí que un pueblo recién nacido
precipita las pendientes de claridad,
y yo poeta y ciudadano, penetro en la multitud,
entre los fuegos
de artificio y el canto de las banderas.