Poema amarillo

Daiana Henderson

Hay una luz amarilla que entra

y se me confunde

con la parte de una película.

Cuando la volví a ver,

no la encontré.

Una noche en que me dije la verdad

en una cocina.

La sensación de mil tardes

en un lugar en que el anochecer

no me duela.

Un amor de otoño

que se quiere quedar.

Los pueblos, el hipódromo,

las fotos de la abuela joven,

la renoleta junto a los barcos del puerto.

Las gaviotas, lejos.

Un perfume del día de la madre,

los caramelos de miel,

las tardes adolescentes

de invierno junto al río

en que éramos felices

y no sabíamos.

El recuerdo de algo difuso,

una manguera en un patio que imagino,

bicicletas playeras llegando,

una con canasta: la mía

y vos en cuero y, en la canasta la cerveza

y la cerveza en el vaso

y el maní flotando

y todo eso sin hablar del futuro.

Las nubes que se hacen espuma,

el sol dorado que cae

y emparenta las casas, todas.

Igual que si miramos el mundo

a través del liso. Igual.

Hay un amarillo que se me confunde,

el de la juventud como un recuerdo,

pero yo soy joven.

La juventud que ya duele de lo amarilla,

como el resplandor de la medalla

de la cadenita que me regalaste,

que voy a perder un día

y me va a doler, también.

Las luces de un recital bajando sobre mí,

el pez tornasol saliendo al aire,

la torta de manzana dorándose,

una moneda girando una decisión,

una moneda a cambio de un caramelo de miel,

a cambio de un beso después

de una cerveza, a cambio de nada,

con las bicis tiradas a la sombra

del pescado que sale a la luz y no cree.

Es que los peces de río no imaginaron ese rayo

que cae en la medalla que me ponés ahora

en medio de la arena, entre los pelos dorados,

como inmortalizando el espacio.

La vez que me senté sola

en el frío de la cocina

y me dije la verdad y sentí

un amarillo que me venía

a dorar las pestañas

y estuve

en todos los amarillos a la vez,

como el recorrido de un hilo de oro

que al unir los puntos

hace perder la forma.

 

Yellow Poem

There is a yellow light that enters

and I confuse it

with part of a movie.

When I watched it again,

I couldn’t find it.

One night when I told myself the truth

in a kitchen.

The feeling of a thousand afternoons

in a place where nightfall

doesn’t pain me.

An autumn love

that wants to stick around.

The towns, the hippodrome,

the photos of grandma when she was young,

the Renault alongside the boats at port.

The seagulls, far away.

A scent of Mother’s Day,

the honey caramels,

the adolescent afternoons

of winter alongside the river

when we were happy

and didn’t know it.

The memory of something vague,

a hose on a patio that I imagine,

beach bicycles arriving,

one with a basket: mine

and you bare chested and, in the basket beer

and the beer in a glass

and a peanut floating

and all of this without talking about the future.

The clouds that form froth,

the golden sun that falls

and links the houses, all of them.

Just like looking at the world

through a glass of lager. Just like that.

There is a yellow that confuses me,

the yellowed memory of youth,

but I am young.

The youth that already aches of yellowness,

like the gleam of the medallion

on the little chain you gave me,

that I’ll lose one day

which will also hurt.

The stage lights going down on me,

the iridescent fish coming up for air,

the apple cake turning golden brown,

a coin flipping a decision,

a coin for a honey caramel,

for a kiss after

a beer, for nothing,

with the bikes left in shadow

of the fish that comes into the light disbelieving.

Because the river fish didn’t imagine this ray of light

that falls on the medallion you’re putting on me now

in the middle of the sand, between my golden locks,

as if immortalizing the space.

The time I sat alone

in the chill of the kitchen

and told myself the truth and felt

a yellow that came over me

gilding my eyelashes

and I was

in all yellows at once,

like the journey of a strand of gold

that upon joining its points

loses its form.

 

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