Había que recuperar la sed

Daiana Henderson

Nos habíamos acostumbrado

a ver el río de fondo de pantalla,

como un póster viejo y desteñido.

Tuve que venir a vivir al otro lado

para recuperar la emoción.

Las islas se ven diferentes,

demasiado lejos para poder olerlas.

El río corre en sentido contrario.

Allá, durante la crecida

podemos entrar despacio, juntando las manos

adelante del pecho de rezar,

abrirlas como una idea que se expande

por las ramificaciones internas del cerebro,

un entusiasmo repentino

que arroja luz sobre todos los estados

anteriores de infelicidad.

Un perro echado, con los ojos apretados

como si el sol le apuntara con un rayo,

se está perdiendo el atardecer.

Los skaters aprenden a caerse a nuestras espaldas.

A veces pienso en ese momento tan raro.

Era primero de enero después del mediodía

–habíamos salido de fiesta la noche anterior–

y vos decidiste ir hasta el club, solo,

porque llamaste a tus amigos

a la hora de la siesta y te dijeron

que te dejaras de joder.

Sé que no había un alma en la calle

y que bajaste todo derecho la avenida hasta el final.

¿Obtuviste alguna claridad en el camino

mientras veías aparecer el río

asomándose entre los álamos?

Es que era una imagen tan común…

Pero un año vimos a los rugbiers sudafricanos

llegar a la costanera, apoyaron

sus antebrazos inflados en la baranda

e hicieron tiempo para largarse a llorar.

O ibas caminando en automático, esa vez,

un poco entumecido por la resaca,

pensando en cosas livianas como quien va

pateando una tapita de gaseosa.

Te habrás acordado algo de mí?

Estabas solo. No había nadie que te pudiera rescatar.

Escuchame: tomate un segundo para mirar el río.

 

I had to revive my thirst

We had grown accustomed

to seeing the river as a screensaver

like an old and faded poster.

It took me living on the other side

to regain the emotion.

The islands look different,

their scent too far away to smell.

The river runs in the opposite direction.

There, during the swell

we can enter slowly, joining our hands

prayerfully in front of our chest,

opening them like an idea that expands

through the internal ramifications of the brain,

a sudden excitement

that casts light over all the previous

states of unhappiness.

A cast-out dog, his eyes closed tight

as if the sun were pointing its ray at him,

is missing the sunset.

Behind us, the skaters learn to fall down.

Sometimes I think about that very strange moment.

It was the first of January early afternoon

-we had partied the night before-

and you decided to go to the club, by yourself,

because you called your friends

at siesta time and they told you

to get fucking lost.

I know there wasn’t a soul on the street

and that you rolled straight down the avenue until the end.

Did you reach a point of clarity on the journey

as you saw the river peek

out from between the poplars?

It was such an everyday image…

But one year we saw the South African rugby team

arrive on the esplanade, rest

their inflated forearms on the railing

and take a moment to bawl their eyes out.

Or were you driving on automatic this time,

a little numb from your hangover,

thinking about light little nothings like someone

kicking a bottle cap along.

Would you have thought of me in passing?

You were alone. There was no one there to rescue you.

Listen to me: take a second to look at the river.

 

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